Hace un rato empecé a re visionar la serie Early Edition.
Una popular serie de los noventas que trata de un tipo que un día empieza a recibir
en la puerta de su casa el periódico con las noticias que van a publicarse al día
siguiente. Es decir recibe las noticias 24 horas antes de que estas sucedan.
Cuando fui adolescente yo solía ver esta serie semana a
semana, en una repetidora local, la transmitían alrededor del año 2000, cuando
la serie ya había terminado. Yo fui muy asiduo a esta serie. La premisa era
sencilla, además de sugerente y el procedimental siempre lo desarrollaban de
manera muy dinámica. Que mejor imperativo moral para el héroe que el tener que
evitar que alguna desgracia suceda, pero con los minutos contados en cada
episodio.
Aun así este texto no va a tratarse sobre paradojas temporales
o dilemas morales (aunque tampoco estaría mal). Al momento de estar mirando
esta serie con mis 31 años encima, mi pensamiento se fue por lugares muy
distintos a los que se iba cuando veía esta serie a los 15 0 16 años.
Empecé a pensar en cómo de cierta manera podríamos considerar
que el futuro si existe. Podríamos incluso considerar (solamente con fines de
entretenimiento, claro está) que el futuro efectivamente está escrito, igual a
como estaba escrito en la serie, en encabezados de cuatro columnas.
Cada uno de nosotros somos dos personas (en realidad podría
decirse que somos tres, pero para el caso que nos ocupa podemos dejarlo en
dos). El yo presente y el yo futuro. Dentro de mí existe en potencia un Carlos
futuro, más experimentado, quizás más sabio, pero también más viejo, con menos energía
y con menos recursos físicos.
La vida de este Carlos futuro, más viejo, depende
directamente de las decisiones que yo tomo el día de hoy.
Para la mayoría de la gente (yo incluido) el yo futuro es
menos importante que el yo presente, nos parece menos importante, aunque en realidad
es menos urgente (siempre solemos confundir esos dos términos). Mi yo actual es
efectivamente el jefe, el encargado de tomar las decisiones que afectaran a mi
yo futuro y también de juzgar las decisiones que ha tomado mi yo del pasado (¿Recuerdan
que les dije que en realidad podríamos considerarnos tres personas?). Los
gustos, los deseos y las necesidades del yo presente nos parecen más
importantes que las del yo futuro.
Nadie tiene la vida comprada o garantizada. Pero vivir
como si no hubiera un mañana, vivir la vida como si fuéramos a morir en las próximas
semanas o meses, me parece como mucho una forma patética de vivir.
El día de hoy yo mismo disfruto las cosas buenas que mi
yo del pasado se preocupó por darme. Mi yo del pasado se la pasó miles de horas
sentado, primero en una mesa del comedor de mi casa, y después en un restirador
(mesa de dibujo), para que hoy yo pueda decir que sé dibujar de una manera
decente.
También mi yo del pasado se pasó los fines de semana
leyendo y ejercitando el musculo intelectual, para que hoy yo pueda analizar textos,
incluso hechos concretos, en cuestión de minutos y de la misma manera
improvisar una opinión rápida, escribirla igualmente rápido y que aún así termine
resultando mínimamente interesante.
Pero también mi yo pasado dejó en el descuido (por
necesidad, no fue realmente su culpa) aspectos de mi persona, los cuales hoy ya
bien entrado en mi tercera década de vida, tengo que apurarme en corregir. Así
por lo menos habré intentado ser responsable con el acuerdo tácito que tengo
con el Carlos futuro de cuarenta y tantos.
Cuando realizo acciones o tomo decisiones pensando en mi
yo futuro, tengo una doble sensación de gratificación, por un lado la sensación
de haber tomado la decisión correcta (de verdad estoy orgulloso de todas las
fiestas a las que no fui en mi juventud) y también tenemos la gratificación de
pensar en lo bien que le va a sentar a nuestro yo futuro, todo lo que hoy
estamos desarrollando.
En síntesis creo que lo que quise decir, desde el
principio, era que tenemos que humanizar a nuestro yo del futuro. Considerarlo
como un ente que de cierta manera ya existe. Y de la misma manera en la que hay
personas que le ponen nombre a sus mascotas, automóviles o hasta a sus
computadoras, habría que considerar que nuestro yo futuro es un individuo con
sentimientos, sensaciones, consciencia de sí mismo. Preocupémonos por nuestro
yo futuro (aunque de hecho no exista), por lo menos de la misma manera en que
nos preocupamos por nuestro automóvil.
Seguramente el Carlos del futuro estará complacido por
este artículo que acaban de leer, aunque lo más probable es que el Carlos del
pasado se aburriría si tuviera que leerlo. Así suelen ser siempre las cosas.