sábado, 23 de enero de 2016

MEDITACIONES AL LADO DE UN ATAÚD

Ahí estás, en este ataúd oscuro que es horrible, pero al mismo tiempo te veo tan tranquilo. Casi podría pensar que te gusta el lugar en donde estás. A tus lados hay dos cirios gigantescos, que pareciera que están velándote y al mismo tiempo haciéndote una respetuosa guardia. Pareciera que realmente están llorándote, llorando tu muerte. Bien podrían ser admiradores tuyos.

Duermes tranquilamente, como dormiste seguramente cuando fuiste un niño. Siempre he pensado que la muerte es el lugar de dónde venimos antes de nacer, de esta forma podría decirse que venimos de la muerte y regresaremos a la muerte, como si la muerte misma fuera nuestra progenitora.

Cada noche que vamos a dormir, también es una pequeña muerte. No sabemos nada de nosotros hasta el día siguiente, en que nos despertamos, de esta forma la muerte también podría considerarse un descanso. Un descanso desconocido para nosotros, una especie de descanso aún más profundo, el último descanso y el descanso más placentero de todos.

Ahora estás aquí, en este ataúd, y aquí te quedaras para siempre. También pareciera que todos tendremos que regresar a esta cama protegida, muy parecida a las cunas de cuando fuimos bebés. Es una última cuna para los humanos en su etapa de adultos, en el mejor de los casos. Me da la idea de que, en cierta forma, volvemos a ser niños y fuera necesario que nos protegieran del exterior, a la hora de morir.

La muerte también es penosa, llega a ser humillante. Algunas personas que quisiste y que te quisieron en vida, seguramente rezarán por tu alma. Para otros más tu muerte se convertirá en anécdota. “Aquella vez en que murió fulanito y que el día estuvo triste creo que hasta llovió, pero no me acuerdo muy bien”.

No se abrió el cielo, no cambió el mundo. En realidad siempre he pensado que cuando uno muere, lo que experimentas es el irte alejando de esta existencia. Uno va alejándose hacia el cielo, o bien alejándose hacia abajo hacia las entrañas de la tierra. De todas maneras, la experiencia debe de ser el ver como poco a poco todo se hace más pequeño y la terrible sensación de ver cómo todo sigue funcionando exactamente igual, a como funcionaba cuando tú estabas vivo.

Seguramente es el golpe más terrible que puede recibir nuestro ego. ¿Dónde están tus padres dónde están tus hermanos? ¿Qué acaso a lo largo de toda tu vida no encontraste a ningún amigo?

La verdad es que nadie puede acompañarte durante la muerte. En realidad, todos sabemos esto de manera intuitiva, nadie te acompañará una vez que mueras. Quizás antes de morir alguien sostendrá tu mano, pero no podrá hacer nada más que eso. Es un viaje que uno tiene que hacer en solitario.

Por eso es que la muerte también es el más solitario de los viajes.

Tus manos forman una especie de adorno, entrelazadas sobre tu pecho, como queriendo sujetar todas las cosas que pasaron durante tu vida. Todos esos buenos momentos, pero también los malos momentos que viviste durante toda tu estancia en esta tierra.

Seguramente, en el momento en que morimos, poco a poco se van escapando de nuestro cuerpo todos lo recuerdo de nuestra vida. Porque a alguna parte deben ir ¿verdad? Quizás de alguna manera, las personas en la antigüedad, intuían que toda nuestra vida se escapa a través de nuestro pecho. A lo mejor por eso surgió la tradición de que a los muertos se les entrelazan las manos sobre su pecho. Para que de esta manera uno pueda sentir sobre sus dedos, por última vez, como toda su vida, como todos sus recuerdos se van escapando poco a poco de nuestro pecho.

Sería un último gesto de misericordia para con los muertos.

No conozco tu pasado, no sé qué fue lo que hiciste durante tu vida. Seguramente buscaste la fama y el éxito al igual que todos nosotros. Eres igual a todos los que seguimos vivos y eres igual a todos los que han muerto desde el inicio de la humanidad.

Es extenuante el pensar que una persona, que hizo exactamente lo mismo que yo estoy haciendo en este momento, terminó de la misma manera que cualquier otra persona. Me remite a pensar en lo inevitable que es que yo terminaré exactamente de la misma forma en la que te estoy viendo en este momento.

Me veo a mi mismo dentro de tu ataúd y es entonces que desearía haber podido poner mi mano en tu corazón, mientras estabas vivo. Quizás desearía haber podido conocerte un poco más, quizás podría haberte mostrado que no estabas solo. Podría haberte recordado que los seres humanos, de cierto modo, estamos solos en el mundo pero también todos estamos juntos en el mismo planeta.

Quizás tú si puedas hacer algo por mí, quizás tú puedas hacerme el favor que yo no pude hacerte. A lo mejor, en donde quiera que tú estés en este momento, podrías esperar por mí. Esperar a que llegue mi última hora.

Tal vez nadie vaya a llorar una vez que yo muera en este mundo, al igual que nadie ha llorado tu partida. Tal vez el verdadero luto, el verdadero significado de nuestra muerte, se encuentra del otro lado, en el mundo que quizás existe del otro lado de la muerte.

Quizás la verdadera vida existe después de nuestra muerte. Quizás el que en realidad está vivo eres tú, adentro de ese ataúd. Y yo, mientras escribo estas líneas, ni siquiera he nacido todavía.

domingo, 17 de enero de 2016

EL TESTIGO INMOVIL

Fui separado de mi hogar demasiado temprano para mi gusto. Aunque supongo que, cualquier ser en este mundo, debe pensar que es demasiado pronto cuando es separado de su lugar natal. Mi dueña se llama Dulce y en verdad es el nombre perfecto para ella.

En realidad fue otra persona que no alcancé a conocer la que me compró, eligiéndome de entre las muchas otras plantas que adornábamos el pasillo de aquella florería. Todas éramos casi iguales, en realidad no sé por qué se fijó precisamente en mí, un geranio como cualquier otro.

Lo más seguro es que me haya elegido por alguna razón, aunque yo mismo no sea capaz de darme cuenta de cuál es esa razón. Hay cosas que escapan de la capacidad de entendimiento de una simple planta, como yo. Pero siempre he pensado que los humanos saben por qué hacen las cosas, todo debe ser parte de un plan superior.

En una tarde de febrero, fresca como cualquier otra, fue que conocí a mi dueña llamada Dulce. Me recibieron de muy buena manera, de la mejor manera en que se puede recibir a una planta. Sus ojos inmediatamente se posaron sobre mí, la verdad me dio un poco de pudor, como ya dije yo era muy pequeño y creo que fue la primera vez que alguien me miró de esa manera.

Dulce me puso en un balcón de una ventana del segundo piso. Al parecer ese era su estudio, ella se dedicaba a algo en un aparato enfrente del cual se sentaba largas horas durante todos los días. Ya dije que no soy más que un simple geranio, pero seguramente mi presencia en ese lugar estaba muy ligada y relacionada con lo que mi dueña hacía ahí todos los días. Seguramente esa es la razón por la cual yo fui el elegido para estar con ella. Tengo la sensación de que, de alguna manera, yo participaba dentro de ese majestuoso ritual diario.

Casi inmediatamente conocí a los pequeños, unos seres humanos diminutos a los que Dulce llamaba hijos. A veces los fines de semana mi dueña Dulce se sentaba al lado mío, en una mecedora de madera, y se ponía a leer libros, revistas, cualquier cosa que encontrara. Ella dedicaba casi todos los fines semana a leer cosas al lado mío. Eso era porque sus hijos asistían, los fines de semana, a unas clases especiales. Aunque no estoy seguro de lo que eso significa.

Pero la mayoría de las veces, por las tardes, el lugar estaba rodeado de niños. Un niño que quería que le pusieran atención, una niña que buscaba a su mamá porque se le había roto el vestido de su muñeca o se le había ensuciado su propio vestido. Luego un de ellos discutía con su hermano, se daban un golpe sin querer y terminaban los dos llorando.

Yo era testigo de todo ello. Realmente, la mayoría de las veces, la culpa no era de ninguno de los dos. Sin embargo mi dueña en su papel de madre tenía que regañarlos a ambos. Una travesura en la que ambos habían sido víctimas y victimarios. Cabe resaltar que yo me divertía de lo lindo.

A veces las cosas se ponían mucho mejor. En ocasiones me llevaban al comedor, me ponían en una esquina, sobre algún mueble, algún lugar desde donde Dulce consideraba que me veía bien. Luego todos se reunían sentados alrededor de la mesa y tenían su agradable cena familiar.

En aquella época yo era apenas un niño, al igual que los niños de Dulce, y llegaba a sentir mucha envidia de ellos. Realmente me imaginaba como sería si yo era una persona en lugar de una planta. Que increíble sería si yo pudiera moverme de aquí para allá, hablar, gritar y reír como ellos lo hacían. En verdad fueron muy buenas épocas, las extraño mucho.

Yo, al igual que los hijos de Dulce, fui creciendo. Mis hojas se fueron haciendo cada vez más grandes y más fuertes. Realmente no puedo quejarme, me quisieron mucho y me cuidaron más de lo necesario.

Llegué a conocer las manos de Dulce a la perfección. Esas manos que me limpiaban, que me aliviaban poniéndome agua, que me revisaban en busca de alguna plaga y que en ocasiones, cuando el día no era ajetreado y ella se sentía de buen ánimo, hasta me acariciaba como si yo fuera un hijo.

Un día de abril, uno de esos días que uno termina recordando el resto de su vida, inesperadamente fui sacado de la casa. Yo estaba demasiado abrumado, pocas veces había salido de la casa. De lo poco que pude enterarme es que yo ya estaba demasiado grande para seguir adentro y mi dueña decidió que, ahora que yo ya era un arbusto grande y fuerte, mi lugar correcto era estar afuera de la casa.

Realmente no entendí esto. ¿Que se suponía que tenía que hacer yo afuera de la casa? No soy como un perro que puede ponerse a cuidar la casa, de algún intruso. Tampoco era yo ningún letrero, que necesitara estar al lado de la banqueta, para que todo mundo me viera. Fueron días muy negros, caí en una profunda depresión, pues sentía que había sido desterrado de mi hogar.

¿Acaso había hecho yo algo malo, de lo cual no me había dado cuenta? Y de ser así ¿Qué clase de falta tan grave puede cometer un simple arbusto, que amerite el ser desterrado del núcleo familiar? Aun así el destino me tenía deparado algo muy interesante.

Una vez que estuve en el jardín, llegué a sentirme como un rey rodeado por una corte de plantas a mí alrededor. Junto a mi había una variada cantidad de arbustos, plantas y flores, de los cuales yo era el que estaba en el lugar más alto de todos.

Todo alrededor mío era verde, el suelo era verde, las paredes se habían pintado con guirnaldas verdes de una enredadera. Y sobre mí, en el lugar de la cúpula real, estaba el cielo. La mayor parte de las veces era un cielo despejado y luminoso, pero en ocasiones melancólico, lleno de nubes. Pero para mí no eran nubes tristes, sino que solamente eran adornos que acentuaban con contrastes dramáticos, lo hermosa que era mi corte real.

Apenas estaba yo acostumbrándome a mis nuevos aposentos reales, cuando una noche y sin avisar (las mejores y las peores cosas de mi vida siempre han venido sin avisar) el clima cambió y llegó una fuerte helada. Me habían olvidado afuera, yo alcanzaba a ver hacia adentro de la casa, a través de la ventana y veía que la familia era feliz. Adentro brillaba la luz, la gente parecía alegre y disfrutaban como todas las noches de su cena familiar.

Mis hojas se estremecían de frío, pero por lo menos me quedaba el consuelo de saber que mi familia se encontraba bien, a salvo adentro del hogar. Al día siguiente amanecí completamente helado.

Afortunadamente no fue olvido lo que me había sucedido, de verdad no sé cómo fui capaz de pensar eso de mi querida dueña Dulce. Esas mismas manos delicadas que esporádicamente me acariciaba, volvieron a mis hojas y volvieron a hacerse cargo de mí. Me llevaron adentro de la casa, quitaron mis ramas que se habían muerto. Y me dejaron allí el tiempo que necesitara, para poder recuperarme del daño que había recibido.

Al pasar de los meses yo me encontraba fuerte nuevamente. Estaba esperando el momento en el que mi dueña nuevamente me sacara al jardín, a mis aposentos reales, donde yo estaría rodeado de mi corte nuevamente. Sin embargo ese momento se alargaba y no llegaba.

Así pasaron largos años, en los cuales yo seguí creciendo al igual que los niños de Dulce. Los gritos, risas y juegos simples, fueron dejando paso a los libros, los teléfonos celulares y las cortas estadías dentro de casa. Siempre parecía que los niños tenían muchas otras cosas que hacer, fuera de la casa.

Lo peor de todo sucedió un día, como siempre sin avisar, cuando alguien de la casa cayó gravemente enfermo. Ahora todo lo que existía en esta casa, todo lo que yo había visto y que formaba mi mundo del día a día, cambió abruptamente. Toda la realidad cambió por la tristeza, las lágrimas amargas, los semblantes apagados, los días oscuros y en el mejor de los casos, las caras permanentemente serias.

Constantemente escuchaba los suspiros de los hijos de Dulce, que hacían que mis hojas temblaran por el dolor que me causaban, como aquella noche que me quedé a la intemperie, en medio del frío. Luego venía Dulce a sentarse a mi lado, ya no para leer ni para trabajar, más bien simplemente para llorar. Eso era lo que más me dolía.

Así la vida sigue pasando, porque la vida siempre continúa. Pero muy seguido pienso en cuanto habría preferido que aquella noche de frío, el invierno me hubiera helado por completo. Que no solamente hubiera helado mis hojas, sino que también hubiera helado mis ramas, mi raíz, hasta que hubiera terminado por congelar mi alma.

De esta forma, hoy no tendría que ver el sufrimiento de la mujer que no me olvida nunca, de la que se preocupa por mí a diario, de la que sigue limpiándome aunque se sienta triste. De la que, a pesar que ahora lleva un luto muy pesado,  o tal vez precisamente por eso, sigue acariciándome como se acaricia a un hijo que hace falta.

sábado, 16 de enero de 2016

EL MEJOR LUGAR DEL MUNDO.

Yo solía pensar que México era el mejor país del mundo, cuando era muy niño. No estoy seguro si esta era una idea mía, o si bien se me había formado de tanto que escuchaba repetir por aquí y por allá. Es una especie de frase nacional, el lugar común de pensar que nuestro país, sea cual fuere, es el mejor lugar del mundo. De hecho ahora que soy un adulto de verdad desearía que México fuera el mejor lugar del mundo. Y mucho más allá me encantaría que Monterrey fuera el mejor lugar de México. Y aunque es verdad que tenemos al municipio más rico de América Latina, mi ilusión infantil murió incluso antes de que mi propia niñez se fuera.

Y es que la única arma patrioterismo ha sido siempre la mentira, una fuente inagotable de razones por las cuales uno, si no le mete mucho análisis, puede empezar a sentirse hasta orgulloso de pertenecer al país que pertenece. Esto suele enseñarse desde los primeros días de nuestra educación, metiéndolo en lo más hondo de nuestro inconsciente y de nuestros sentimientos. Con algunos el sistema de educación tiene éxito. Con otros, los que solemos ser más infelices a lo largo de nuestra adultez, nuestra patria nos parecerá permanentemente una parcela demasiado pequeña.

La patria empieza aquí en este río, y acaba allá en aquella montaña detrás de la cual ya no se puede y no se debe de ver nada. Aquí en este terruño, el cual alcanzan abarcar por completo nuestros ojos desde donde estamos parados, aquí están los hombres más valientes y las mujeres más hermosas, aquí están las personas más buenas, las almas preferidas de Dios y la raza más trabajadora.

Aquí la gente es color de bronce pero vale oro, nuestro campo produce los frutos más ricos que ningún otro campo de algún otro país del mundo. De verdad no estoy exagerando, he conocido a personas que piensan de este modo tan extremista. Afortunadamente este tipo de personas suelen ser de otras épocas, personas mayores, educadas en otros tiempos bajo otros paradigmas. Paradigmas que en la actualidad sólo sirven para que un bobalicón, de 30 años como yo, haga burla sobre estas ideas enraizadas en el corazón de aquellas personas que ya van de salida.

La contraparte obvia de este amor al borde del paroxismo, de todo lo que es propio, no puede ser otra cosa más que el odio exacerbado e irracional a todo lo que sea ajeno. Muy seguramente la mayoría de los conflictos bélicos de la actualidad, pero sobre todo del pasado, se fueron formando desde el alma infantil, con los elogios de la puerta de nuestra casa hacia dentro y con los palos y piedras, de la puerta de nuestra casa hacia afuera.

No sé ustedes que me leen, pero yo de niño viví y de adulto sigo viviendo en un barrio bastante popular de mi ciudad. Tan sólo en las tres décadas, que llevo viviendo, he podido ver un cambio significativo. Cuando yo era niño en mi colonia había muchas pandillas, muchos jóvenes ya fueran delincuentes o no, que se juntaban en grupos para poder protegerse entre ellos.

Los jóvenes a partir de cierta calle estaban en constante pelea física, con los jóvenes que vivían de esa calle pero hacia el otro lado. Así de ridículo y de arbitrario era la división de los territorios, los cuales por risible que parezca, llegaron a costar muchísimas vidas dentro de las peleas periódicas que se suscitaban entre dos o más pandillas.

De un tiempo hacia acá he notado que esta tendencia de agruparse en pandillas, o por lo menos la tendencia de ser tan antagónicos entre jóvenes que viven en distintas colonias, ha disminuido. Además me atrevería a afirmar que el Internet junto con la facilidad de las telecomunicaciones y las redes sociales, que poco a poco han sabido meterse en nuestras vidas sin siquiera ser notadas, pueden ser los agentes de cambio dentro de estos comportamientos.

Piénsenlo así: Antes de la llegada de las telecomunicaciones para nosotros, los usuarios de los lugares más populares de las ciudades, no existía ninguna manera de comunicarnos más que de boca a boca, quizás mediante llamadas de teléfono y nada más. Si tú te enemistabas con alguien de otra pandilla esa enemistad iba a durar hasta que alguno de los dos bandos resultará golpeado. Pero ahora con internet las redes sociales son una especie de foro abierto donde todo mundo puede dar gritos, sombrerazos, insultos. Pero que eventualmente, si no se llega a un consenso, por lo menos se pueden calmar los ánimos.

Las redes sociales nos ayudan en este sentido hacer la catarsis, una catarsis para la cual antes no había oportunidad, pero que ahora ya la hemos internalizado.

En este sentido creo que las rencillas pequeñas, dentro de espacios virtuales, pueden llevar a un resultado similar a cuando lijamos alguna pieza de madera burda. Lijando las asperezas de la madera, mediante la fricción, obtenemos una pieza prolija y suave.  Lo mismo ocurre en las interacciones de la vida real, luego de lijar un poco en las redes sociales, se enfría la sangre y así evitamos tener conflictos con los desconocidos. Pues ahora, gracias a las redes sociales es más fácil conocer a las personas de las otras colonias y de los otros bandos.

En el hecho de que todos seamos diferentes, radica precisamente el sentimiento de que todos somos iguales. Y en esto nos han ayudado mucho las nuevas tecnologías y las redes sociales. La persona que extraña su tierra natal de Veracruz, no es menos que la persona que extraña su tierra natal aquí en Monterrey. Ahora, y gracias a que constantemente estamos en contacto a través de Internet con personas de nuestro entorno y también con personas en lugares muy apartados, eventualmente nos estamos dando cuenta de que todos los rincones del mundo son un mismo rincón.