jueves, 24 de julio de 2025

LAS SOCIEDADES SECRETAS SIGUEN SIENDO SECRETAS

Vivimos bajo la ilusión de que el poder opera a plena luz del día, que los engranajes del mundo giran mediante instituciones abiertas, visibles, controlables. Pero basta rascar apenas la superficie para encontrar una arquitectura subterránea, un conjunto de mecanismos ocultos y escurridizos que modelan nuestras vidas desde las sombras. La historia humana -la cual percibimos falsamente como una narrativa aparentemente progresiva- está saturada de murmullos de sociedades secretas, de élites que se autoproclaman guardianas de un conocimiento prohibido.

 

Los mitos fundacionales de estas sociedades (como la Hermandad de la Serpiente o del Dragón) son expresiones simbólicas de una verdad mucho más perturbadora: la estructura del poder nunca ha sido democrática, sino iniciática. La religión, por ejemplo, no ha sido tanto un camino espiritual sino más bien un sofisticado dispositivo de control, una maquinaria semiótica para moldear conductas. Las divinidades no fueron objetos de devoción en la antigüedad, más bien eran mecanismos de control.

 

En este sistema jerárquico del secreto, solamente unos cuantos “adeptos” son dignos de ascender en la pirámide del conocimiento. La iniciación no es un simple ritual; es un dispositivo de transformación subjetiva. Como en el entrenamiento militar, el individuo es despojado de su individualidad para convertirse en instrumento. De hecho, muy seguramente el entrenamiento militar tomó muchas cosas prestadas de la manera de actuar de las religiones en la antigüedad.

 

La iniciación no te hace libre, te vuelve funcional. El mito del neófito que renace a una nueva vida es, en el fondo, una operación de reprogramación. Ya no eres tú: eres la extensión de un propósito que no se te revela. Y en determinado punto valdría la pena preguntase: ¿Existe realmente un propósito?

 

Este modelo iniciático, lejos de estar restringido a logias u órdenes ocultistas, se filtra en todos los rincones de la vida moderna. Desde clubes exclusivos hasta partidos políticos, desde ONGs hasta conglomerados mediáticos, la lógica del secreto, de la pertenencia privilegiada, sigue operando. La exclusividad no es otra cosa que la transmutación capitalista del antiguo símbolo iniciático. ¿O será viceversa? La membresía, el “ser parte de algo”, es el nuevo ritual de iniciación postmoderno. El sistema no nos oculta la verdad; nos la muestra en exceso, pero nos la pone tan cerca de nuestra vista y de esa manera no podemos ver nada.

 

En ese contexto, la iniciación actúa como un filtro de confianza: se premia al ambicioso, al obediente, al capaz de renunciar públicamente a sus creencias con tal de ascender. El que se niega, permanece estancado; el que traiciona, asciende. Y así se forma la casta de los verdaderos iniciados, aquellos para quienes las religiones son cuentos infantiles, la moral una construcción opcional, y la verdad un instrumento de dominación, que se administra a cuenta gotas.

 

En este juego, Dios no es el fin. Es solo un medio. Lo que se venera realmente es el conocimiento, la sabiduría, el dominio de la técnica. Y en ese sentido, el “portador de luz” -Lucifer, el símbolo de la serpiente- no es un demonio, sino el arquetipo del iniciado que accede a la sabiduría prohibida. El moderno Prometeo.

 

La ciencia, la tecnología, el dominio sobre la materia y el espíritu, se convierten en los nuevos altares. Pero adorar el conocimiento como fin en sí mismo, sin ética ni límites, es (¿sería?) la forma más pura de satanismo. No un satanismo caricaturesco, sino estructural: el que habita en Silicon Valley, en las agencias de inteligencia, en los proyectos espaciales… ¿en la Inteligencia Artificial?

 

No es casual que muchas religiones fueran en su origen sociedades secretas. El cristianismo primitivo, por ejemplo, no era solo una doctrina espiritual, sino una red clandestina que socavaba el poder imperial. “Al Cesar lo que es del Cesar” si, pero tan sólo por el momento.  Del mismo modo, las ramas ocultas del islam, los gnósticos, los masones, los templarios, todos actuaban como colectivos paralelos, laboratorios subversivos... hasta que dejaron de serlo. Cuando el secreto se vuelve mayoría, deja de ser antisocial y se institucionaliza. El Vaticano es el ejemplo perfecto: una sociedad secreta que se convirtió en autoridad global y a la vista de todos.

 

Incluso las ideologías modernas -como el comunismo o el fascismo- funcionan, en su estructura profunda, como órdenes iniciáticas. Tienen su dogma, sus rituales, sus grados de pertenencia. La militancia es el nuevo templo. El secreto es necesario porque la verdad del proyecto (su esencia totalitaria) no puede ser dicha abiertamente.

 

Detrás de todo esto opera un principio constante: el deseo humano de pertenecer a una élite. La sensación de “saber algo que los demás ignoran” tiene un poder hipnótico, adictivo, inevitable. El secreto, más que una información oculta, es una forma de goce. Es el privilegio de mirar el mundo desde el otro lado del espejo, de sentirse parte de la trama, aunque solo se sea un peón más. Ese deseo, tan profundamente arraigado, es lo que convierte a las sociedades secretas en máquinas políticas. ¿O a los políticos en máquinas de sociedades secretas? No necesitan ser mayoría; basta con que unos cuantos ocupen posiciones clave y se reconozcan entre ellos con signos, gestos, códigos. La política real ocurre ahí, en la red informal, en el vestíbulo y no en el parlamento.

 

El culto a lo oculto, a lo misterioso, a la “luz detrás del velo”, ha marcado la historia de las civilizaciones. Las pirámides, más que tumbas, eran lugares de transfiguración espiritual. Los templos eran centros de reprogramación. Lo que hoy llamamos masonería, rosacrucismo o illuminati, son solo nombres cambiantes para una misma estructura: la del poder críptico, iniciático, que atraviesa los siglos como una sombra persistente. Si hoy, en plena era de la transparencia, seguimos hablando de estas cosas en susurros, es porque el secreto no ha muerto. Solo ha mutado. Hoy se disfraza de poder adquisitivo, de relaciones y contactos. Pero también en algoritmo, en metadato, en comunidades de seguidores dentro de las redes sociales. Pero sigue operando.

 

No hay nada más efectivo que un secreto a la vista de todos.

martes, 22 de julio de 2025

LA NOCHE ES PERPETUA

Regresaba por la calle Hidalgo, esa calle que cuando yo era niño olía a fideos recalentados y refresco marca “joya” sabor ponche, cuando sentí que no avanzaba hacia mi casa, sino que daba vueltas dentro de un círculo que alguien había trazado con gis invisible. 


Tenía quince años, los tenis sucios, la camisa salida del pantalón y una revista recién comprada, adentro de la mochila. Había salido de la preparatoria con esa mezcla de hartazgo y esperanza que se adhiere a la piel como el sudor en junio. Las farolas parpadeaban y, por un segundo, pensé que era yo quien las hacía parpadear al pasar bajo ellas. Era el año dos mil. O eso creía yo en aquel momento.

 

Nadie en especial me esperaba en mi casa. Pero aun así apuraba el paso como si tuviera una cita con el futuro. En ese entonces, todo tenía prisa: los camiones, los programas de radio que sonaban en mi walkman, las ansias, las noticias impresas en los periódicos. No me preocupaba envejecer, porque en mi universo, la adultez era un mal rumor que les pasaba a los adultos, pero a los jóvenes no. Sin embargo esa noche, mientras mis pasos repetían el sonido de siempre sobre las banquetas rotas, sentí, sin saber por qué, que ya había vivido ese regreso muchas veces. Que cada sombra, cada auto estacionado, cada ladrido a lo lejos, era un recuerdo antes de ser un presente.

 

Pensé en la revista que cargaba. No era importante. Una revista cualquiera sobre manga de la época o de música o películas, de esos que se leen una vez y luego se pierden en el cajón de los calcetines. Pero esa noche, pesaba distinto. Como si dentro de ella no estuvieran impresos artículos, sino mensajes secretos enviados por alguien que conocía todas las versiones posibles de mí. La abrí bajo una farola traté de leerla y no entendí nada. Cerré la revista, la metí en la mochila y decidí llegar a mi casa lo antes posible. Sentí que de repente esas calles de los alrededores de la preparatoria ya no eran seguros. Sentí un escalofrío, pero no por el aire cálido: fue una certeza inesperada. Yo ya había cumplido cuarenta años. Y ya era tarde para muchas cosas.

 

Caminé más despacio. Las casas eran las mismas, pero se sentían huecas, como si fueran cascaras vacías de un entorno suburbano. No había risas, ni telenovelas saliendo de las ventanas, ni música pop sonando en el centro comercial. OV7 está de moda, suena por todas partes, pero en ese momento no. Todo estaba como suspendido en una espera incómoda. Y entonces me pregunté si en realidad regresaba de la preparatoria o si sólo estaba recordando ese momento desde algún rincón lejano del futuro, desde un cuerpo más cansado, con la rodilla derecha que ya no respondía igual, la espalda deshecha. Quizás —me dije— esto no es un recuerdo, sino un intento desesperado por quedarme aquí.

 

¿Qué estaba sucediendo realmente? ¿Era yo a los 15 años sintiendo una despersonalización, o era yo a los 40 años, simplemente recordando una época mucho más sencilla?

 

¿Y qué tal si todo estaba ocurriendo al mismo tiempo? Las cenas con pan blanco, los desayunos con Chocomilk o Corn Flakes con leche. Las tareas que no hacía. Las veces que fingía estudiar para quedarme viendo “Los Simpson” hasta que empezaba Expedientes Secretos X.

 

Tal vez mi vida era como una calle mal iluminada donde todas las noches regresaba de la prepa, una y otra vez, en bucle. Me detuve en la esquina donde el perro del vecino solía dormirse junto al poste. No estaba. Pero el poste sí. Igualito. Al lado, el mismo letrero pintado en la pared anunciando la campaña de un candidato del PRI a la presidencia de México. Pero… ¿Se veía mucho más deteriorado de lo que estaba ayer?

 

A lo lejos, la casa de mi infancia seguía encendida. El foco del porche alumbraba como si respirara. Al mirar esa luz, pensé que tal vez lo que yo necesitaba no era avanzar, sino retroceder. Quizás la felicidad no estaba en el futuro, sino en la posibilidad de volver a tener quince años sin el peso de lo que sabía ahora. Pero incluso esa idea era tramposa. Porque ya sabía. Y el saber arruina. El saber transforma. El saber envejece. No se puede regresar a lo que se conoce. Solo se puede habitar el presente, con nostalgia.

 

De pronto, me vi a mí mismo, desde fuera, como si fuera otro. Un muchacho delgado y con acné, distraído, con manchas de tinta china en los dedos. Y lo supe: no era que esa noche se repitiera infinitamente, sino que todas las noches de todas las versiones de mí se habían reunido en ese instante. En esa caminata. Como una asamblea silenciosa de recuerdos que intentaban decidir si el muchacho de la mochila merecía saber la verdad. ¿Y cuál era la verdad? Que aún faltaban más de veinte años para que pudiera ser verdaderamente feliz. Que no era un problema de edad, sino de espera.

 

No llegué a casa. Al menos no en el sentido tradicional. Me senté en una banca del Centro Comercial y me quedé allí. Vi pasar mi vida de reojo, como si fuera una escena proyectada en la pantalla de un cine abandonado, todo se veía pardo, desaturado, sin vida. Pero yo sentí una calma extraña. No era paz, tampoco resignación. Era una certeza: lo que importa no es si uno tiene quince o cuarenta, si está por terminar la prepa o si ya no puede subir escaleras sin jadear. Lo que importa es tener la capacidad de encontrarse consigo mismo, a través de las distintas épocas de la vida.

 

A lo lejos, el cielo empezó a cambiar de color. No era ni noche ni mañana. Era ese tramo ambiguo que parece durar más de lo que debería. La hora dorada o la hora azul le suelen llamar. Me puse de pie, caminé sin prisa. Las luces de las casas empezaban a apagarse. El aire olía a tortillas de harina recién hechas y las televisiones encendidas podían escucharse desde la calle, eso ya no sucede, las bocinas de los aparatos actuales son demasiado pequeñas. Alguien reía en una cocina. Y yo seguía ahí, entre el año dos mil y el presente, entre los pasos que daba y los que aún no había dado, con la certeza de que nada había pasado todavía, pero todo ya estaba dicho.

 

Crucé la reja oxidada de mi casa, empujé la puerta, y en el silencio que me recibió, supe que estaba entrando en el mismo instante de todas las noches anteriores y de todas las noches que vendrían. Me senté frente al televisor, apagué la luz, y abrí la revista. No la leí. Solo la sostuve entre las manos. El ventilador giraba. Afuera, la calle seguía igual. Y yo, en esa habitación suspendida, supe que el tiempo no es una línea. El tiempo es una casa vieja con muchos cuartos donde uno regresa cada vez que necesita recordar quién ha sido para entender quién está empezando a ser.

 

Por lo tanto, es mi decisión: Hoy es una noche de verano del año dos mil y aún faltan más de 20 años para que yo esté en circunstancias adecuadas para poder cursar correctamente la preparatoria. Para ser exactos: Hoy es una noche de verano del año dos mil y aún faltan 24 años para que yo pueda ser yo mismo.


Si soy sincero: Creo que aun sigo sentado en aquella banca del Centro Comercial, viendo pasar mi vida de reojo.

martes, 8 de mayo de 2018

ESTRUCTURAS DE LA EXISTENCIA




Este es un sueño que tuve hace poco, pero está relacionado con mi época de estudiante, la cual terminó hace casi 10 años.

Empezaba con una conversación que yo sostenía con quien en aquella época fue el director de la facultad en la que estudié. Al terminar esa conversación yo le daba mis libros viejos, en realidad son libros que ya no poseo actualmente, hace mucho que me deshice de ellos. Eran los libros que yo usaba en aquella época. Creo que mi director no los aceptaba, aunque esa parte no la recuerdo bien.

Por alguna razón, que tampoco me quedó claro durante el sueño, me encontraba en mi antigua facultad. Iba saliendo por la entrada principal y no podía llevarme todos mis libros, así que decidía regalarlos ahí mismo. Ahí me daba cuenta de que mis libros eran viejos y no tenían ningún valor.

Lo siguiente que recuerdo es que ya me encontraba camino a mi casa. Apenas iba cruzando el estacionamiento de la facultad y me siento en una banca para ponerme mis tenis, hasta ese momento me di cuenta de que no los traía puestos. Estaba en eso, cuando unos tipos se acercan a mi (eran policías) y me dicen que no debemos movernos porque estamos a punto de comenzar un viaje.

De pronto las bancas en donde estamos salen volando, con nosotros encima de ellas, y me doy cuenta de que en realidad estamos dentro de una especie de juego mecánico gigantesco.

Se trata de una mezcla entre rueda de la fortuna y montaña rusa. Es tan grande que no logro visualizarlo por completo, solamente veo las partes más cercanas a mí.

A lo lejos se pueden ver a otras personas en unos receptáculos, donde también están volando. Logro escabullirme, pues la verdad estoy mareado y siento que en cualquier momento puede descarrilarse el juego. En realidad me parece que es una estructura gigantesca y muy sólida, así que no sé porque tengo esa sensación de inseguridad.

Veo a otras personas que al igual que yo logran salir y a duras penas consiguen sostenerse de la estructura externa que sostiene los cubículos, en donde se mueve a la gente.

Uno de mis libros viejos, que aun llevo cargando, se convierte en un documental de Disney. No entiendo muy bien como sucede esto, pero a través del libro empiezo a ver un documental de Disney, animado al estilo Disney. Es un documental muy interesante, trata sobre la inexistencia de Dios.

Tan solo alcanzo a ver muy poco del documental, porque rápidamente mi atención de va hacia unas bolas gigantescas que están chocando sin control en medio de todo el mecanismo. Dos bolas gigantescas y metálicas que chocan una con otra, rebotan y siguen chocando sin ningún tipo de control ni de patrón. El peligro que presentía es que en cualquier momento esas bolas gigantescas pueden chocar con cualquiera de los que nos encontramos a bordo de este juego mecánico gigantesco.

 Cuando veo esto me hago consciente de la alegoría: Las bolas gigantescas chocando en el aire son en realidad el caos de vida y muerte. El peligro de muerte que nos llega por azar.

Pero por alguna razón intuyo maldad detrás de este juego de azar. ¿Es el azar algo maligno, o es lo maligno algo azaroso?

En mi intento por salir del juego regreso a mi facultad, me veo con algunos excompañeros pero estoy en una situación diferente. Tengo angustia, en cualquier momento van a atacarnos y sé que debo protegerlos pero sin alarmarlos.

Comienzo a hablar con varios de ellos que ya conozco, pero siempre estoy alerta del exterior del edificio. Sé que el peligro acecha y en cualquier momento algo puede entrar y atacarnos, nos encontramos en este momento adentro de un salón de clases.

Efectivamente algo abrupto sucede: Alguien entra repentinamente por la puerta, una de mis amigas dispara y se produce una explosión. No se trataba de algo maligno, como yo esperaba. Quien entró era una señora inocente, la mujer ni siquiera se dio cuenta de lo que sucedió. La amiga que hizo el disparo huye por miedo de haber matado a una inocente.

Dentro del sueño y de manera muy vertiginosa me encuentro ayudando a mi amiga a escapar. La manera más inmediata que encontramos para esto es usando la estructura que acabo de encontrar afuera de la facultad. De alguna manera ella logra subir a una de las gigantescas bolas metálicas, que siguen moviéndose a una velocidad de vértigo.

Veo como se aleja en una de esas “bolas de azar”, esperando que esto la lleve a algún lugar lejano. Sé de antemano que ahora la acabo de hacer entrar en un juego donde morirá, pero esa es la única opción, dentro de sus circunstancias.

Luego de haber realizado esto, me encuentro en lo que identifico como las orillas de este juego de muerte. Me hago consciente de las instalaciones gigantescas, como si se hubiera apartado una bruma y me dejara ver esta estructura que siempre había estado ahí y dentro de la cual todos estábamos viajando.

Estas instalaciones, al borde del juego, las visualizo como las estaciones del metro pero en un entorno desértico. En estas instalaciones, que se encargan de que todo el mecanismo funcione, trabajan algunos que solo podría describir como demonios, quizás entes.

Estos son los encargados de que todas las personas que están viajando dentro del juego mecánico no se salgan y no se den cuenta de la realidad de afuera. De que todo en realidad es un juego de muerte.

Gracias a la posición en la que me encuentro en ese momento logro visualizar todo desde afuera.

Existe un nivel superior dentro del a infraestructura, ahí hay criaturas que parecen ser los lideres naturales, ellos están en una posición superior. En el nivel intermedio están las personas, creen que van a subirse a un juego normal, sin saber que en cualquier momento van a morir y de alguna manera esto sirve o le causa placer a los que se encuentran vigilando todo.

En el nivel inferior hay otros entes demoniacos, que se encargan de cuidar, pero su  apariencia y ocupación parecen ser menores. De hecho los demonios del nivel superior parecen estarse burlando constantemente de los demonios de niveles inferiores.

Me doy cuenta de que, en cierta forma, lo que hacíamos en la escuela era muy parecido a lo que tenemos que hacer en esta máquina de muerte, para poder sobrevivir o por lo menos intentarlo. Siento que estoy fuera de la máquina dentro de la cual se encuentra el resto de la humanidad. Pero al mismo tiempo no puedo evitar que la maquina siga funcionando y matando a más gente.

Como dije, en este momento me encuentro en el exterior de la máquina, pero luego de ver esto me dirijo hacia los extremos de la máquina. Siempre desde el exterior, cuidando de no caer accidentalmente otra vez adentro.

En los extremos del mecanismo el ambiente parece ser menos ajetreado. Observo a uno de los demonios y me siento como si estuviera hablando con el director de mi escuela. ¿Que trata de decirme mi inconsciente? ¿Que mis maestros eran esos demonios dentro de la maquinaria? o bien que cualquiera en el mundo puede serlo o peor aún, que todos son demonios de la máquina, excepto yo…

¿…incluido yo?

Termino de ver todo el panorama del exterior de la máquina. Me doy cuenta de que, dentro de cada estructura hay otras estructuras y todo esto forma parte de un mecanismo mucho más grande: No me alcanzaría toda mi vida para estudiar todo eso.

Además, seguramente yo que me encuentro afuera de esta estructura, en realidad tan solo estoy adentro de otra estructura todavía más grande.

En realidad la existencia completa no es más que un juego de azar, vigilado por demonios, los cuales tampoco pueden decidir nada en el gran esquema de las cosas.

Detrás de todo este conjunto se adivina una presencia maligna, el creador de todo esto es maligno, la presencia de esas bolas gigantescas que destruyen todo a su paso es la prueba definitiva de esto. El gran arquitecto siente placer con nuestro dolor y el de sus propios demonios. Y en el momento en que me doy cuenta de todo esto, despierto.

MI SUEÑO CON HANNA HART




Estoy en una especie de Blockbuster (aquellas tiendas donde se rentaban películas en VHS) pero monumental. Algo en el ambiente, que no se identificar lo que es, parece triste. Entre las cajas, acomodadas en los anaqueles de este lugar, estoy buscando material de una Youtuber a la que algo terrible le acaba de suceder, creo que ha fallecido. Pero en este momento del sueño no estoy seguro.

Lo que sea que le haya pasado, ha sucedido recientemente. Lo suficientemente reciente, como para que aun sea delicado hablar de eso. Dentro del sueño lo estoy comentando con un amigo youtuber, que también existe en el mundo real, pero es poco popular. La situación dentro de mi sueño es una desgracia, pues la youtuber que ha fallecido tiene fama internacional dentro y fuera de mi sueño. De hecho, como nota curiosa, en el mundo real es una youtuber muy apreciada, sus haters son tan pocos, que prácticamente no tiene haters.

Otra cosa curiosa es que dentro del sueño, para referirme a la muerte de esta youtuber, cuido la manera en la que hablo, y continuamente lo menciono como: “lo que le sucedió” en lugar de decir que murió o que falleció.

Mientras todo esto sucede, yo sigo buscando material de esta youtuber, en los anaqueles superiores de ese Blockbuster. Este espacio, dentro de mi sueño, más bien parece un vestíbulo de un multicinema. Para eso me ayudo de mi amigo vlogger que es mucho más alto que yo.

Conforme él se aleja de mí, para acercarse a uno de los anaqueles, le grito el nombre de ya youtuber fallecida, para que no tenga duda. ¡Se llama Hanna Hart! Mientras lo digo en voz alta, al lugar entra otro amigo youtuber, que en la vida real tiene actualmente muchos seguidores y que yo sé que es muy fan de esta vlogger.

En este punto el sueño se vuelve confuso, no recuerdo muchos detalles. Recuerdo que entre los tres nos saludamos e intercambiamos algunas palabras que no recuerdo.

El siguiente punto del sueño que recuerdo es cuando estoy en un transporte colectivo. Yo voy sentado del lado de la ventana y mi amigo youtuber popular va sentado de mi lado derecho, es decir del lado del pasillo. Platicamos de un par de cosas intrascendentes, tan solo como preámbulo obligado para comenzar a platicar del  tema obligado que es la muerte de Hanna Hart. Intercambiamos opiniones sobre la manera en la que nos enteramos y estamos procesando su muerte. En ese momento ambos estamos muy afectados por esto.

Él hace algún comentario, respecto a que yo debería recomendar alguno de sus videos en mis redes sociales, a lo cual yo contesto que recomendar un video de ella sería como regalarle una bala a un soldado en medio de una misión. Una frase que en el sueño me pareció muy ingeniosa para decir que mi recomendación era completamente irrelevante.
Recuerdo que él hace hincapié sobre la importancia que tuvo en cuanto a la visualización de las personas pertenecientes a la comunidad LGBTTTIQA-XETU.

Yo empezó a describir la manera en la cual me di cuenta de que ella había muerto.

Era un viernes por la noche, lo había pasado en casa y la noticia del momento era que un adolescente se había hecho viral, al haber intentado cortarse él mismo su cabello, mirando tutoriales de youtube. Miraba un poco el tutorial, y hacía en su cabello lo que acababa de ver, seguía mirando y lo seguía cortando, así hasta que algo pasaba. No recuerdo exactamente como, pero todo terminaba lo suficientemente mal, como para que se hubiera hecho viral.

En esas estaba dentro del sueño, cuando me doy cuenta por medio de redes sociales de la muerte de Hanna Hart. Dentro de mi sueño, esto tiene repercusión instantánea en medios tradicionales.

Resulta que es una muerte violenta. Alguien asesina a Hanna Hart, al parecer es una mujer. Otro punto importante es que existe una grabación del momento, el video trasciende y debido también a esto la noticia tiene tanto impacto. Se ha grabado el asesinato de una youtuber de fama internacional.

El siguiente punto en el sueño es cuando estoy yo mismo, sentado en la azotea de un edificio precisamente al lado de Hanna Hart, mientras platicamos. La escena es aparente normal, me recuerda mucho a la escena del inicio de la película Limitless, seguramente mi cerebro la creó inspirándose en esa película.

Lo que no es normal es la plática que tenemos Hanna Hart y yo. Nos encontramos uno al lado del otro, pero a pesar de esto, solamente platicamos a través de nuestros respectivos teléfonos celulares. No recuerdo muchos detalles de la plática, lo único que tengo claro es que ambos conversábamos de manera cotidiana, normal. Y de pronto Hanna Hart cae del edificio. No estoy seguro si se lanza a propósito o si cayó accidentalmente.

Pero mientras ella va cayendo, seguimos conversando a través del teléfono. Ella comienza a describirme lo que experimenta mientras cae. Tampoco recuerdo detalles exactos de esta interacción. Solo recuerdo que en algún momento pienso que ya lleva cayendo mucho tiempo. ¿No debería de haber chocado ya contra el pavimento?

Ella continúa cayendo mientras conversamos a través del teléfono y yo voy tratando de hacerme una idea del trayecto que ella va recorriendo. Su caída se sigue alargando tanto que yo despierto, seguramente mucho antes de Hanna Hart termine de caer.

viernes, 9 de febrero de 2018

SOÑANDO IDENTIDADES.



STORYTIME:

Hace algunos días tuve uno de los sueños más extraños que he tenido en mi vida adulta. Sucedió que me quedé dormido con mi tablet, reproduciendo un video y supongo que se quedó en reproducción automática y reprodujo un video de Amado y Kaifaz, del canal No Creo en Karmatron, mientras yo dormía.

Supongo que debido a esto empecé a incorporar el audio de su podcast, como parte de mi sueño. Como si se tratara de una escena de Twin Peaks, no es la primera vez que me sucede y supongo que le sucederá a todo mundo.

Dentro de mi sueño, me encontraba sentado junto a un amigo (al cual en la vida real llevo como 10 años de no ver en persona) en lo que aparentaba ser un parque al aire libre, durante la tarde.

Mi amigo buscaba en google (tenía una laptop) alguna manera efectiva de fingir una avalancha de tierra. No entiendo el porqué, pero estaba muy interesado en eso, tanto así que no se dio cuenta cuando una mujer joven, de cabello negro y corto, que usaba lápiz labial color violeta, vestida con un CONJUNTO DEPORTIVO NEGRO (?) se sentaba a mi derecha mientras hablaba como Kaifaz.

Luego de eso no recuerdo mi reacción ni nada más. Pero intriga mucho el por qué mi inconsciente decidió darle esa imagen a la voz de Kaifaz, tanto que decidí dibujarla. 

 
He intentado hacer memoria y realmente no refleja a ninguna persona que yo recuerde de la vida real. Además de que la puesta en escena que hizo mi cerebro y el hecho de que me encontrara al lado de un amigo que hace mucho tiempo no veo, me pareció muy inquietante. 

jueves, 6 de julio de 2017

NO CREO EN KARMATRON El origen.

Finalmente aquí esta el origen de Amado y Kaifaz, los creadores de No Creo en Karmatron. Por fin nos enteraremos como fue que inicio la aventura de estos "condenados". Pueden leerlo a través de las imágenes de este post, o bien descargar la versión PDF o CBR en los siguientes links:
















jueves, 27 de abril de 2017

SPIDERMAN EN EL ESTADO DE MÉXICO

El día de hoy descubrí una grandiosa convocatoria por parte del evento ECATECOMIC, una convención de comics… o algo parecido, que se llevará a cabo alrededor de junio de este año 2017 en Ecatepec, Estado de México.

La convocatoria no podría ser más razonable, entre otras cosas se te pide que hagas un comic de 8 páginas, además de una portada. En la historia Spiderman debe de visitar el estado de México, en busca de una reliquia arqueológica que podría salvar al mundo de un supervillano. Además dentro de la historieta debes incluir un villano nuevo.

Lo mejor de todo viene a la hora de descubrir el codiciado premio de este concurso de ecatecomic, pero no voy a ser yo quien se los diga. Mejor véanlo por ustedes mismos:


Si quieren pueden leer la convocatoria completa en esta página, la cual no tiene desperdicio.



Por mi parte me acabo de emplear a fondo y he logrado terminar, (en tres horas) antes de la fecha límite para este concurso, mi propuesta para participar con Spiderman en el estado de México. A continuación podrán leerlo en este blog, o bien descargarlo en formato PDF, tal y como lo pide la convocatoria.


Nótese que he cumplido todos los requisitos técnicos de la convocatoria, incluido el tamaño tan especifico y poco común de 17x25.5 cm. Dispónganse ahora a disfrutar, en carne propia, un hito más dentro del mundo del noveno arte. 

SPIDERMAN EN EL ESTADO DE MÉXICO.











lunes, 3 de abril de 2017

NOSOTROS MISMOS.

Atravesamos el amplio patio de recreo, conscientes de que esa sería una de las últimas veces que pisaríamos ese suelo, rodeado por los edificios de nuestra escuela secundaria.

Mientras caminaba en medio de ese patio, tenía una percepción extraña de mi entorno. Seguramente se debía a todas las imágenes de videojuegos y películas en CGI que inundaban los medios de comunicación, en aquel último año del siglo 20.

Todo el entorno en el que nos encontrábamos en ese momento, me parecía una escenografía virtual, como si estuviera a dentro de un videojuego de Nintendo 64 o Play Station.

Esta sensación que tenía se veía aumentada seguramente, por el hecho de que tanto el patio, como los edificios de salones estaban prácticamente vacíos. Pocas veces habíamos podido ver el patio y los salones de la escuela estando vacíos.

Nos encontrábamos fuera del horario regular de clases y casi parecía que todo nuestro entorno estuviera siendo creado solamente para nosotros. Para Enrique y para mí.

- ¡Eh wey! Chécale que no venga nadie, si no van a creer que andamos panchando los pinches balones.

- Si a huevo, y nos metimos a robar con el uniforme de la secu puesto, pendejo.

Cuando somos jóvenes carecemos de muchas cosas. De dinero, de libertad, de vocabulario. Algunas de esas libertades suelen venir solas, las obtenemos con tan solo seguir cumpliendo años.

Otras libertades en cambio las obtenemos desarrollándonos y superando precisamente nuestras carencias de cuando jóvenes.

Lo bello de aquella época de adolescencia es que sentíamos que nuestra vida podría cambiar al dar la vuelta en cualquier esquina. Teníamos una sensación de que en cualquier momento, una especie de misterioso poder interno, oculto incluso para nosotros mismos, podría liberarse y convertirnos en lo que realmente éramos.

Nos convertiríamos repentinamente en aquello que en esa época  intuíamos que éramos.

Para algunos afortunados esto de verdad  sucede, repentinamente sin que sepamos cuando. Quizás en una tarde cualquiera, en la que te metes a la cancha de secundaria, sacas un balón sin permiso y te pones a jugar basquetbol con tu mejor amigo de toda la secundaria.

- Pinche Enrique siempre fuiste mejor que yo en el básquet. -Le dije, tratando de que mi elogio no sonara como un elogio, precisamente.

- ¿Has visto a Mario?- Me contestó mientras recuperaba la pelota para la siguiente jugada. – Yo así pensaba antes de ese wey. El año pasado, en segundo, yo lo veía y decía: “No mames”. Porque nomas agarraba una pelota y la encestaba.

Pero luego de empezar a practicar y ahora que fuimos al campeonato el mes pasado… pues Mario no juega tan chido como yo pensaba.

Me reí un poco mientras me sentaba en una bardita, que estaba en las orillas de la cancha. En realidad nuestra escuela aún se estaba construyendo, así que la cancha de basquetbol, que también servía para todos los demás deportes posibles, en realidad no se diferenciaba mucho de un terreno descampado.

No sé qué fue lo que interpreto Enrique con mi risa, porque siguió hablando.

-O sea, si la arma “dos dos” el wey. Pero nada más.

Enrique se acercó a mí y se sentó a mi lado.

Desde primero se secundaria Enrique y yo fuimos los mejores amigos. Siempre estábamos juntos él y yo. Desconozco las costumbres de los jóvenes de ahora, pero en aquella época esto no era nada raro. Era muy frecuente que los grupos de amigos fueran de a tres, cuatro, cinco ya eran demasiados.

Imagínense ir en un grupo de a cinco personas para todos lados, parecerían los Power Rangers.

Enrique y yo éramos el grupo de amistad más pequeño posible. Solamente él y yo.

Aunque como les digo no era algo raro, tampoco nos libramos de que los demás nos consideraran “los camotes” el uno del otro. Aunque nunca paso más allá de la “carrilla” razonable, dentro de la secundaria.

- Pinches años se fueron “de pedo”. –Dijo Enrique con tono melancólico. Más bien con el tono más melancólico que se puede obtener con ese vocabulario. Y continuó diciendo: -¿Cuánto hace que nos daba clase la profe Gloria en primero, te acuerdas?

- Como no me voy a acordar de “la chicher” de inglés.

- “La chicher” a huevo.

Como todas las amistades escolares. Enrique y yo nos hicimos amigos, solamente porque nos sentábamos cerca en el salón de clase. Pero con el paso de los días nos dimos cuenta de que vivíamos muy cerca el uno del otro.

Poco a poco, Enrique se volvió mi mejor amigo y también la suerte decidió que nos tocara en el mismo salón durante segundo y tercero de secundaria. Este era el tercer y último año que pasaríamos juntos.

- Dicen que entre más viejo te haces, sientes que la vida pasa más rápido. Lo dijeron en un documental la otra vez. – Agregué, casi de manera automática.

En ese momento estaba más bien recordando las cosas que habíamos pasado en aquellos tres años de secundaria.

- Pos a lo mejor si es cierto, porque acuérdate en el primer año de secu, cuando llegamos. ¿A poco no pensabas: “pinche hueva, voy a estar aquí tres años”? Y las pinches clases se nos hacían eternas. Pero el año pasado, cuando empecé yo dije: “No mames, ya nomás falta un pinche año para acabar y la neta no sé qué pedo”.

- Pos si, por eso uno se la tiene que pasar chido todo lo que pueda. Y hacer todas las pinches mamadas que quieras ahorita, porque al rato dicen que te empinan bien gacho en la prepa y peor en la universidad. Disque te encargan un chingo de tarea y la madre.

- Si es cierto wey, así está mi carnal ahorita en la pinche facultad, se acuesta bien tarde haciendo quien sabe que chingados.

Voltee a mirarlo al mismo tiempo que él hacia lo mismo y nuestras miradas se cruzaron accidentalmente. Instintivamente sonreímos.
- Nos va a cargar el costo, a cada quien por nuestro lado.

La frase de Enrique hizo que los dos riéramos. Aunque lo terrible es que era verdad, a partir del próximo ciclo escolar Enrique tomaría un camino distinto al mío.

Yo optaría por un bachillerato propedéutico y Enrique entraría a un instituto técnico. Solía decirse, en aquellos años, que las personas que optaban por una educación técnica en lugar de una preparatoria simple, en realidad eran los jóvenes que ya sabían a lo que se querían dedicar, que tenían más clara su vida y sus objetivos.

Lo cual es sumamente irónico, si pensamos en los memes que se hacen actualmente en internet, al respecto de este tipo de instituciones.

Nuestro cruce de miradas me hizo sentir mariposas en el estómago. Aunque en honor a la verdad, cuando uno tiene 15 años se la pasa sintiendo mariposas en el estómago todos los días.  Pero si he de continuar “honrando la verdad”, también debo decir que quien más provocaba en mí, esas mariposas, fue Enrique.

Nunca me atreví a  admitirlo. Es verdad que aquellos tiempos eran mucho más abiertos, aun rondaba por el aire, el tufo de la homofóbia de décadas pasadas.

Aun en aquella época, estando en los albores del siglo 21, la homosexualidad y quienes la apoyaban, aun eran minoría.

Además de todo eso, Enrique era solamente mi amigo, pensar cualquier otra cosa era una locura. Y yo tampoco quería arruinar esa amistad. La idea de perder a mis seres cercanos siempre me ha acobardado.

Aunque en realidad eso pasaría, de una manera u otra. Enrique y yo pasaríamos a formar círculos diferentes, a partir del próximo ciclo escolar.

¿Acaso veía en su rostro una sonrisa triste? Hice un gesto repentino con la mano, le quité la pelota y entre de nuevo en la cancha.

- A ver si es cierto que te apañas a Mario, cabrón.

- No mames, está bien que Mario no juegue tan chido pero tampoco es para compararlo contigo.

Enrique intentó quitarme la pelota y en el empujón los dos perdimos el equilibrio.

No caímos, pero en el movimiento brusco ambos quedamos muy cerca del otro, como cuando uno juega al twister.

Enrique estaba encima de mí, era la primera vez que lo tenía tan cerca y pude sentir su respiración en mi cuello.

Sin saber qué hacer, mantuvimos esa posición más tiempo del necesario. Fue un momento tan largo, que se sintió como la más sincera de las confesiones.

- Perdón… -Dijo Enrique, de manera nerviosa. Obviamente.

Empezó a apartarse lentamente, pero mi mano se puso en su espalda y lo detuvo. Hasta el día de hoy sigo preguntándome: ¿Quién fue el que movió mi mano, para detener a Enrique junto a mí?

De lo único que estoy seguro es que no fui yo.

Me habría encantado haber dicho algo. Una frase que hubiera enmarcado ese momento para siempre, en la memoria de nosotros dos. Pero como dije, en aquel entonces nos faltaba el vocabulario. Pero la falta de palabras la sustituíamos con el instinto silvestre, propio de la juventud.

Subí mi mano por su nuca, acaricié su cabello por primera vez y acerqué su rostro al mío para darle, lo que en mi mente era, el mejor beso que había dado hasta ese momento.

Extendí ese beso lo más que pude, no me quería separar de él.

Dicen que los recuerdos se fijan en tu memoria deprendiendo de la carga emocional o la adrenalina que tengas en tu cuerpo, al momento del suceso. Si esto es verdad, seguramente ese beso será uno de los últimos recuerdos que se borren de mi cerebro, cuando el olvido que trae consigo la vejez, se instale en mi cabeza.

Enrique simplemente se dejó llevar por mí.

Cuando el largo primer beso terminó, Enrique me confesó.

-Nunca supe cómo decírtelo… tenía miedo de que tu no sintieras lo mismo y te enojaras…

- Yo también.

En ese momento no sabíamos lo que estábamos haciendo.

Hasta donde sabíamos podría ser malo, podría ser vergonzoso y hasta podría ser pecado. Pero era tan intenso que todas esas ideas perdieron su valor. Algo tan intenso necesariamente es verdadero. Y si algo es verdadero, quizás puede ser incomodo, pero de ninguna manera lo verdadero puede ser malo.

Un poco más tarde, ese mismo día, expresamos nuestra recién confesada atracción de la manera en que mejor pudimos. No me atrevo a afirmar que ese día conocí, junto con Enrique, lo que es el amor.

Éramos demasiado jóvenes como para llamarle amor. Para explorar los entresijos de lo que llaman amor, ya tendríamos suficiente tiempo después.

Ese día solamente nos descubrimos a nosotros mismos.