martes, 12 de febrero de 2013

LA IRONIA DE LO ETERNO.

Ninguno de nosotros puede evitar ambos extremos de la vida, el nacimiento y la muerte son hechos concretos que ninguna persona ha podido evitar jamás, y que probablemente jamás se puedan comprender del todo.

Los nacimientos se celebran siempre, salvo raras excepciones. Y, salvo raras excepciones también, los seres humanos tememos a la muerte, a lo desconocido, al dejar de ser. Incluso si llegáramos a superar, o por lo menos a ignorar el concepto de dejar de ser, aún así le tendríamos miedo a la manera en que morimos. Nuestro instinto de preservación hace que huyamos y rehuyamos del dolor, y por lo que sabemos la mayoría de las veces el paso entre la vida y la muerte va acompañado de dolor.

Con el objeto de controlar este temor casi siempre buscamos consuelo en las religiones, en las filosofías, incluso en las cosas mundanas como la música, el arte, la literatura, la televisión, el radio. Cosas que hagan que nos olvidemos, aunque sea por un momento, de que inevitablemente todos los que están alrededor de nosotros, y nosotros mismos, algún día dejaremos de ser.

Carl Sagan dijo alguna vez que los secretos de la evolución eran el tiempo y la muerte. Gracias al paso del tiempo y a la presencia de la muerte en nuestra existencia, es que se da el fenómeno del cambio, el fenómeno de la adaptación a nuestro entorno, y si tenemos suerte y las condiciones así lo demandan, tenemos el aumento de la complejidad de nuestros procesos biológicos. Gracias a la muerte apareció en nosotros un cerebro complejo, lo suficiente como para posicionarnos en la cima de la cadena alimenticia de este planeta.

Gracias a la muerte también existen cosas como el arte, la literatura, la escultura, la pintura. Gracias a la muerte también existen cosas como la tecnología, los medios de comunicación, y las formas de organización humana que hemos alcanzado hasta ahora.
Imaginemos, por ejemplo, un mundo inmutable en el cual todo fuera siempre de la misma manera, un mundo donde no existiera la muerte, las personas existirían siempre de la misma forma, y fueran siempre las mismas. No habría prisa por realizar nada, y posiblemente nada sería realizado. No habría necesidad de cambiar nada pues en un mundo en el que las cosas siempre permanecerán de la misma forma, ningún cambio tendría sentido.

Y es aquí donde nos preguntamos si nos gustaría vivir esta manera. Y puesto que nos es imposible responder esta pregunta desde un punto de vista de un ser inmortal, solamente podemos decir desde nuestro punto de vista de seres mortales, que una vida de esta manera sería sumamente aburrida.

Ahora debemos tener en cuenta que los resultados del cambio pueden ser positivos o negativos, de acuerdo con las condiciones y con el punto de vista que tengamos respecto a algún fenómeno. En un mundo eterno, por ejemplo, el acto de la semilla que crece, hasta convertirse en un árbol enorme y sólido, no tendría sentido ni razón de ser por lo tanto no tendría importancia algo que, en nuestra condición mortales, puede parecernos una de las cosas más sublimes de la vida, la vida misma.

Aunque de la misma forma, en un mundo eterno, no tendríamos que observar cómo este mismo árbol poco a poco se va marchitando, va perdiendo su follaje y robustez, hasta convertirse en una simple rama marchita, de la cual el viento pronto se encargará de no dejar rastro alguno. Ni siquiera su recuerdo.

En un mundo eterno la luz y la oscuridad tampoco tendrían sentido, podríamos vivir eternamente en la luz, o eternamente en la oscuridad. Puesto que sabríamos que eventualmente, en un periodo de tiempo infinito, ambas condiciones de luz oscuridad se repetirían un infinito número de veces. Por lo cual la luz y la oscuridad tampoco tendrían valor alguno para nosotros.

La ironía dentro de una vida que fuese eterna, sería justamente que la vida misma carecería de sentido.

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