sábado, 8 de noviembre de 2014

50% EL MAESTRO, 50% EL ALUMNO.

Al igual que todos, mis primeras experiencias de aprendizaje fueron en la primaria y secundaria, algunos maestros eran malos y otros maestros eran… peores.


Para mí el acto de aprender y el acto de enseñar siempre han ido de la mano, no recuerdo como llegué a esa conclusión, pero desde muy pequeño (quizás desde primaria) he tenido muy en claro esto.

El maestro y el alumno tienen como objetivo el aprendizaje, más o menos en proporción 50, 50. Si el maestro es malo, el alumno tendrá que hacer más esfuerzo para compensar el porcentaje que le tocaba al maestro, y viceversa.

Es por eso que a veces un buen alumno puede aprender con un mal maestro, y un buen maestro puede hacer que un mal alumno despunte dentro de su clase, esforzándose mas, para compensar la falta de esfuerzo del otro. Me ha tocado ver ambos casos, aunque lamentablemente lo más común es que se junten malos maestros con malos alumnos y resulte en un desastre. Esto lo sé porque yo soy un mal alumno con amplia experiencia.

Durante mi adolescencia asistí a cursos de iniciación artística: pintura, dibujo, desarrollo narrativo… y demás cosas que no te sirven en el mundo real. Recuerdo que en uno de ellos el instructor nos imponía un ejercicio de narrativa por relevos.

Estos ejercicios consisten en que cada quien toma una hoja de papel, nos sentamos alrededor de una gran mesa y comenzábamos a narrar una historia. Teníamos unos 5 o 10 minutos para escribir, luego pasábamos nuestra hoja al compañero que estaba sentado a la derecha, y recibíamos la hoja del compañero que estaba sentado a la izquierda.

Entonces todos debíamos continuar con la historia que ahora teníamos en las manos, así durante unos 4 o 5 turnos hasta que, en el último relevo, todos debíamos concluir la historia que había llegado hasta nosotros.

Una de las principales quejas que teníamos los alumnos a la hora de tomar este ejercicio, que por cierto era un ejercicio frecuente, era el “no se me ocurre nada”.

En alguna ocasión el instructor nos dio una frase lapidaria. “Si no se les ocurre nada, entonces no tienen nada que hacer aquí”. No sabría decir si la intención del instructor era ponernos un reto, lanzarnos un ultimátum o dejar patente los huecos que tenía su pedagogía y el temario del curso. En mi caso lo que me quedó claro fue la tercera opción.

Si nos ponemos a analizar la situación, en realidad lo que mis compañeros, y quizás yo mismo, expresábamos en la frase “no se me ocurre nada” más bien era el “¿Cómo puedo hacer que se me ocurra algo?” “¿De dónde saco ideas?” “¿De dónde sacan las ideas los escritores?” Todas estas son preguntas legitimas si se supone que te estas formando como escritor.

Luego de unos cuantos años de seguir desarrollándome en la escritura puedo decir que existe, no solo una, sino una gran cantidad de respuestas a estas preguntas. Existen por lo tanto una gran cantidad de técnicas en las que un escritor se puede apoyar para crear ideas y escribir prácticamente cualquier cosa.

Obviamente no se pretende que el instructor nos resuelva todos los pormenores de nuestra área de estudio (en el caso de mi ejemplo “¿Cómo escribir?”). Pero si se pretende que el instructor, por lo menos, tenga la preparación necesaria para identificar baches en el conocimiento del alumno. En el caso puntual que describo, a nuestro grupo le faltaba conocimiento en "técnicas de pensamiento creativo".

Quizás el maestro no pueda explicar dichas técnicas en ese momento, pero si es obvio que se trata de un bache que todos tienen, por lo menos la bibliografía de un libro, una página de internet, una palabra de aliento, lo que sea menos un “vete de mi clase”. Esos para mí son los malos maestros. Existen por montones, y mi opinión es que ese "esfuerzo extra" que necesitas hacer para compensar su falta de compromiso, no necesariamente hace que te desarrolles mejor o aprendas más en su curso.

A la hora aprender, dentro de un ambiente académico, no me convence tampoco la técnica de “prepárense la clase todos, explíquenla a sus compañeros mientras yo me siento a verlos, y ya les pondré un examen y se los calificare al final del curso”. Cosa que me aplicaron distintos maestros en muchas ocasiones. Hombre, ya que estamos en eso, yo también puedo calificarme a mí mismo al final del curso y cobrar tu sueldo de maestro al final del mes.

Vale que se pretenda que el alumno investigue y elabore por su propia cuenta. Pero para esto sería necesario un maestro altamente entrenado, capaz de identificar los baches que el alumno puede dejar dentro de su investigación, las dudas que quizás el alumno tenga, pero que no pueda expresar, pues apenas se está familiarizando con el material de estudio.

Un maestro que se asegure de que, al final de la sesión de estudio, el alumno tenga claros los conceptos básicos, que a los principiantes nos resultan fundamentales, y que en caso de intentar avanzar en el curso sin conocerlos por completo, nos harían la faena mucho más pesada y frustrante.

Pero la verdad es que los maestros que suelen aplicar esta metodología son más perezosos que el propio alumno.

Con un maestro descuidado, como el de mi ejemplo, uno fácilmente podría desmotivarse, asimilar erróneamente que uno no tiene talento para tal o cual cosa y terminar renunciando a algo que posiblemente pudo significar algo brillante en su vida. Todo por culpa de una mala perspectiva que nos dio un mal maestro.

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