Siempre he pensado que el universo no tiene ningún propósito per se, ningún objetivo, y mucho menos un sentido. Es por eso que conceptos como “el secreto”, “sincrodestino”, “diosidencia” (como detesto esa ultima) me parecen poco menos que juegos de palabras para gente que no conoce, o no puede comprender, la ley de los grandes números.
Yo mismo he sido protagonista de muchas aparentes casualidades, en ocasiones demasiado increíbles, o demasiado imposibles de suceder en apariencia.
Una de ellas sucedió hace muchos años, en la víspera de una prueba muy importante para ingresar en la universidad. Yo iba a participar en un examen de admisión para entrar a la facultad de arquitectura. La dinámica se llevaba a cabo para todas las carreras el mismo día, es decir, todas las personas que quisieran ingresar a la universidad, cualquiera que fuera la carrera, teníamos que presentar un examen el mismo día y a la misma hora. Y para mas desgracia, a primera hora de la mañana.
Este es un proceso bastante burocrático, vigilado, y que se ha convertido en una tradición dentro del mundo estudiantil. Por esto mismo es bastante atemorizante para alguien de 16-17 años. Me imagino que en todas las universidades públicas del mundo hacen pruebas parecidas, así que será muy fácil que, cualquiera que lea esto, se haga a la idea.
El problema, para mi, en esa ocasión fue que esta prueba necesitaba hacerse con un lápiz del numero dos. Ya saben, los lápices están graduados según la dureza de su grafito, y los exámenes se contestaban e unas hojas color rosa (que con el paso del tiempo llegué a odiar), las cuales debían ser rellenas en su totalidad con un lápiz del numero dos. Los resultados eran revisados por maquinas con lectores sensibles al grafito, supongo yo, y así el proceso se hace mas exacto, mas rápido y mas barato. Me imagino que a día de hoy la cosa no habrá cambiado mucho, y los estudiantes de esta generación, seguirán familiarizados con este tipo de hojas rosas del infierno.
Bien, pues eran las 11 de la noche del día anterior de dicho examen, y no recuerdo por que razón me acordé hasta ese momento que no tenia el dichoso lápiz que necesitaba para presentar al día siguiente. Me era imposible detenerme a conseguirlo de camino a la universidad, al día siguiente, a esa hora nada estaría abierto, y mi ruta era directa, no tenía tiempo para hacer escalas.
Para darle más dramatismo al asunto recuerdo que estaba lloviendo, o por lo menos estaba haciendo mucho frío. Esto sucedió hace tantos años, que es posible que mi mente haya modificado mis recuerdos de esa noche, para darle más dramatismo a la anécdota.
Quizás con suerte lograría encontrar algún lápiz, o algo que se le pareciera, en una tienda de esas que abren las 24 horas y que, en esa época, estaba a cinco cuadras de mi casa. Actualmente en su lugar se encuentra una farmacia de medicinas genéricas, así que ahora no podría ir a buscar un lápiz en ese lugar, pero si podría comprar unas pastillas de prozac para la ansiedad del examen.
Antes de llegar a esta tienda de 24 horas, recuerdo que el trayecto no fue sencillo, me tope con una papelería, “abierta” a las 11 de la noche. Esta tienda no estaba abierta realmente, creo que los dueños de esta papelería vivían al lado del establecimiento y en realidad estarían haciendo inventario, o quizás acomodando algo a esas horas extrañas. La cosa es que tenían la cortina corrida, y las luces encendidas en su establecimiento, un viernes a las 11 de la noche.
Entré al local, (no recuerdo si estaba mojado o no) y pregunté, como si fuera la cosa mas normal del mundo, si tenían lápices del numero dos. Recuerdo (y de esta parte si estoy seguro) la cara extrañada de la mujer que me atendió, al ver a un imbécil de 17 años empapado por la lluvia (o quizás no), que entraba a las 11 de la noche en su establecimiento, y en lugar de pedir todo lo que había en la caja registradora, pedía un lápiz del numero dos.
Coincidencia grande en un momento tan decisivo de mi vida. De no haber encontrado a esas personas, con su establecimiento abierto, quien sabe cual habría sido el resultado de ese examen, quien sabe si tan siquiera hubiera logrado presentarlo. Como cualquier anécdota que merezca ser contada, esta tiene un final feliz, aprobé el examen de facultad y además quede dentro de la mitad de los que mejor lo habían hecho. Posteriormente vendría mi fracaso en la escuela, en la vida y en todo lo demás que existe. Pero eso es una historia para otro post, quizás.
Este suceso fue para mí una enorme coincidencia, rayando en la predestinación, y que de cierta manera me auguraba que la arquitectura era mi destino y que sin duda tendría un gran éxito en mi carrera universitaria y profesional. Posteriormente la vida me demostraría que no, pero por mucho tiempo me mantuvo preguntándome, y sorprendiéndome sobre la sucesión de hechos, en el universo, que habían provocado que yo encontrara esa papelería, de camino a mi otro destino, y que había desembocado en que yo entrara a la carrera que, en su momento, consideraba que era mi vocación.
La realidad es que, este tipos de casos, no son mas que una simple casualidad, algo que sucede simplemente porque tiene que suceder, y que no solo esta contemplado, si no que además esta predicho, por la ley de los grandes números.
Esto básicamente se trata de que, en todo evento donde una gran cantidad de elementos o sucesos convergen, no solo es posible si no que es obligatorio, que se den este tipo de casos aparentemente imposibles y milagrosos. Esto se vuelve posible por el gran tamaño de la sopa de cultivo. Veamos un ejemplo.
Imaginemos un desfile de esos que se hacen en nuestro país el 16 de septiembre, y que hasta el año pasado se hacían también los 20 de noviembre. Podría parecernos poco probable, por ejemplo, que dos o tres adolescentes sufrieran un desmayo por golpe de calor, en un lapso de un par de horas, si estuviéramos en un día común y corriente. Sin embargo al momento del desfile, como coinciden una enorme cantidad de adolescentes, entonces seguramente tendremos un par de insolaciones por lo menos. Pues las circunstancias cambian con este tipo de eventos. Los matemáticos, pero sobre todo los policías conocen bien esto.
A pesar de que en ese momento tuvo mucha importancia para mí la verdad es que, lo único que sucedió, fue que me convertí en el caso singular de dicho acontecimiento. Es decir, en esa prueba de ingreso a la facultad, seguramente sucedieron unos cuantos casos extraordinarios, coincidencias, y situaciones casi mágicas, parecidas a la mía. Pero todo esto no son más que cosas que deben suceder en el mundo, pues se trata de un mundo caótico y muy grande.
En pocas palabras, cada día que pasa, deben de suceder cientos de casos alrededor del mundo, que no podrían pasar jamás. Al final, lo irónico del asunto es que los milagros imposibles, son la cosa más común del mundo. A muchos les gusta llamarle a esto destino, magia, dios, energía… pero para mi simplemente es la realidad.
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