sábado, 2 de agosto de 2014

MENSAJE EN LA BOTELLA.

Hay una historia muy interesante con el cuento que les presento a continuación. Este cuento fue publicado originalmente el 28 de Noviembre del 2011, en mi página de CarlosArizpe.com. Dicha página fue hackeada hace mucho tiempo, con lo cual perdí buena parte de los artículos que había escrito en este espacio. 

Pero hace un par de horas, buscando en las profundidades del cache, del respaldo, de lo más olvidado de google, alguna “arañita” buena samaritana, se encargó en su momento de hacer una copia, en texto plano, del post en el que publiqué originalmente este cuento.

Durante muchos años creí perdido este cuento breve, incluso algunos de ustedes me solicitaban que lo volviera a publicar, cuando en realidad ni siquiera yo lo tenía. Hoy por fin puede ser leído nuevamente, empezando por mí.

Finalmente me encuentro aquí, tal y como lo planeamos desde un principio. Por increíble que parezca yo mismo tomé parte en la planeación de todo esto. Para que comprendan completamente lo que estoy a punto de contarles, lo indicado será explicar mi propia naturaleza, ya que muy seguramente, soy uno de los ingenios más extraños que jamás se han concebido en este universo.

Soy, lo que muchos llamarían, un mensaje en una botella. El último mensaje de toda una civilización de millones de años que desapareció hace ya incontable tiempo. Soy la cúspide de su desarrollo y el depósito de la última de sus esperanzas.

No soy exactamente un individuo como la mayoría de las civilizaciones conscientes y medianamente desarrolladas del universo lo podrían concebir. A diferencia de la mayoría de los seres vivientes yo he sido creado. Mis creadores fueron una forma de vida legítima de este universo, fueron una forma de vida que emergió de la materia, se desarrolló y finalmente desapareció tal y como lo hacen todas las formas de vida.

Su raza fue sumamente antigua, habían logrado llegar a un sistema de organización lo suficientemente desarrollado, y ordenado, como para llamarles una raza avanzada. Quizás fueron de las primeras civilizaciones en emerger del universo, y ya dominaban gran parte de su entorno varios millones de años antes de que mi creación fuera siquiera considerada por alguno de sus miembros.

El inicio de su civilización fue atribulado y caótico, como lo son todos los inicios de civilizaciones en cualquier parte del universo. La razón y el conocimiento tuvieron que abrirse paso poco a poco entre su conciencia grupal a lo largo de miles de años. Al principio fueron dominados por la naturaleza caótica, inherente a toda forma de organización compleja de la materia.

La organización compleja de la materia siempre da como resultado el estado de consciencia. Entre más compleja es la estructura vital de un organismo, más complejo se vuelve el estado de consciencia y su mente tiende al caos más fácilmente.

Varios planetas habitados por mis creadores tuvieron que ser destruidos, antes de que comprendieran finalmente que el verdadero sentido de su existencia, como forma de vida, era conocer y entender su existencia y la existencia de lo que los rodeaba. Finalmente lo comprendieron y finalmente tuvieron paz, con lo cual pudieron comenzar a realizar su propósito.

A través de millones de años de desarrollo intelectual, y material, lograron llegar a un estado de desarrollo físico y espiritual tan elevado que, la diferencia entre ellos y los seres que eran cuando comenzaron a actuar de manera civilizada, era la misma diferencia que hay entre un sol y un simple trozo de carbón.

La cantidad y calidad de sus obras intelectuales y artísticas llegó a tales niveles, que incluso llegaron a pensar que no podrían ser superadas. Innumerables veces estuvieron en un punto en el que parecía que habían llegado al tope físico del desarrollo, al menos en la realidad de este universo. Todas esas ocasiones obviamente se equivocaron.

De pronto, mientras disfrutaban de la realización que como civilización habían alcanzado, se dieron cuenta de la terrible realidad de la existencia misma, la inevitabilidad de la muerte. No de la muerte como individuos, eso era algo que desde hacía mucho tiempo habían logrado manejar, entender y superar.

Ahora se enfrentaban ante la idea de su desaparición como civilización y como especie, de la aniquilación por completo de toda su obra y herencia material e inmaterial.

Si bien era verdad que, gracias a sus desarrollos y proezas técnicas, desde hacía muchos millones de años habían logrado superar las barreras del sistema solar que los vio nacer, por lo cual la destrucción de un simple planeta, e incluso la desaparición de su estrella, no era una amenaza que los preocupase. Ahora en cambio se enfrentaban a una amenaza muy superior.

No importaba a donde se movieran, no importaba cuantos planetas colonizaran o hasta que galaxia sumamente lejana lograran enviar al último de sus hombres. Nada podría escapar a la destrucción del universo en su totalidad.

Ellos desde siempre habían sospechado y considerado la finitud del universo, era más que obvio que el universo había tenido un inicio y por lo tanto debía de tener un fin. Aun así nunca habían podido recabar los datos suficientes, para cerciorarse más allá de toda duda, que el universo realmente tendría un fin, y más aún lograr una predicción aproximada de cómo y cuándo sería dicho fin.

Una vez que el primer grupo de hombres sabios logró llegar a la conclusión definitiva del final del universo, otros grupos localizados a lo largo de toda la red de planetas y sistemas solares, que habitaba su civilización, comenzaron a replicar y depurar las observaciones de ese primer grupo de sabios. Los resultados fueron concluyentes y estaban más allá de toda malinterpretación.

El universo llegaría a su fin en un solo punto. Un punto en donde coincidirían nuevamente toda la materia, toda la energía, todo el tiempo y el espacio, de la misma forma en que el universo había comenzado.

Puestos en la tarea incluso lograron predecir con asombrosa precisión el momento en el que sucedería esa gran convergencia del todo, lo sé porque yo mismo pude comprobarlo. Supieron pues que el tiempo y el espacio colapsarían sobre si mismos arrastrados por el mismo impulso que alguna vez dio origen a todo lo que existe.

Al igual que los seres con vida legítima en el universo, presentaban algún tipo de latencia cíclica, ya sea como parte del funcionamiento de sus órganos o bien como la latencia de las formas de energía pura más elevadas, el universo mismo parecía presentar también este tipo de latencia cíclica.

El universo, y por lo tanto la realidad misma, latían. Todo en el universo se expandía y después de un incontable tiempo se contraía sobre sí mismo para volver nuevamente a explotar y arrojar de nuevo todo lo que conformaba el tiempo y el espacio. Era imposible saber durante cuánto tiempo el universo había estado haciendo esto, pues el mismo tiempo era destruido y creado nuevamente con cada una de las “implosiones” y “explosiones” del universo.

La misma idea era inconcebible, a la vez que daba lugar a muchas preguntas. ¿Qué significaba todo eso? ¿Tenían entonces algún sentido la vida, o la existencia misma en este universo?

¿Qué sentido tenía un universo que se destruía a sí mismo, solo para volverse a crear y empezar de nuevo? ¿Era todo esto parte de algo mucho más grande que todo lo que existe? ¿Era acaso que nuestro universo entero era una especie de corazón, de algún ser más grande que la realidad, y era por eso que latía?

¿Es acaso que la existencia de nuestra realidad era solo consecuencia secundaria de otro proceso mayor?

No podían saber si la existencia del universo era solo un remanente sin importancia de algún proceso superior, lo cual significaría que la realidad y la existencia, no tenían sentido ni propósito. Pero lo que si sabían era que nada podría sobrevivir a la gran convergencia final de todo el universo.

Ninguna obra, ninguna información, ningún vestigio de ninguna clase, proveniente de ninguna civilización, de cualquier parte del universo sobreviviría. Los miles de millones de eones de esfuerzo y desarrollo como civilización no valían de nada, todo sería reducido a cero.

Al darse cuenta de que todo su legado, todo su arte, toda su ciencia, hasta el más pequeño fragmento de información, producida, por cualquier miembro, en cualquier momento de su larga existencia, se iba a destruir como si fuera un simple pedazo de basura, comprendieron lo que tenían que hacer.

Harían lo que sería la última de sus obras, una obra que pudiera desafiar al destino, debían crear algo que pudiera conservar al menos parte de su información como civilización, algo que le daría sentido a su existencia como individuos y como especie. Debían construir algo que sobreviviera a la destrucción final, construirían algo más grande que el universo.

Desde luego, como ya se habrán de imaginar, esa creación que se encargaría de guardar y mantener parte de su legado y obra, soy precisamente yo. Por eso al principio les dije que no soy un individuo en el sentido estricto de la palabra, aunque es verdad que poseo consciencia individual y propia.

Sin embargo mis características, y mi tamaño, más bien me convierten en un hibrido entre un individuo y un planeta. En pocas palabras, soy un planeta con una consciencia muy parecida a la de un individuo orgánico, como lo fueron alguna vez los seres que me crearon.

De la civilización que me construyó ya no queda ningún vestigio, salvo yo. Los mismos procesos del universo se encargaron de apagar su luz poco a poco, así estaba calculado que sería y así fue. Luego de todo esto aún quedo yo, su último mensaje en una botella arrojada al mar del universo en destrucción.

Con ninguna certeza, pero con mucha esperanza.

Ahora ya estoy muy cerca de enfrentar el destino para el que fui construido. Cada una de mis células están cargadas con información de lo que fue la civilización de la que provengo. Todo marcha según lo planeado, desde tiempo incontable el universo se ha estado contrayendo, todo se hace cada vez más denso y caliente.

Si todo sale según lo planeado, poco tiempo antes de la gran convergencia de espacio y tiempo los mecanismos que poseo deberán aprovechar las condiciones de esta singularidad para llevarme más allá del espacio y tiempo, quizás rompiéndolos, quizás estirándolos hasta límites que nadie conoce.

Ninguno de los que me crearon estaba seguro de lo que sucedería, ni siquiera podían saber a ciencia cierta si el mecanismo para mi supervivencia al fin del universo funcionaría. Todos los conceptos, ideas y cálculos perdían sentido al llegar a este punto.

No puedo saber si seré destruido junto con la gran convergencia final, o si acaso mi cuerpo físico desaparecerá de la realidad, para regresar nuevamente una vez que la convergencia haya terminado y me encuentre un instante después en el próximo universo, posterior al nuevo Big Bang.

Incluso podría suceder que yo salga por completo del universo, y de la realidad, encontrándome en un plano afuera de todo lo que existe. Quizás entonces podría ver de frente al ser que posee el corazón, que es el universo que habitamos. Eso sería como ver a dios, directamente a la cara.

Cualquiera o ninguna de estas cosas podrían suceder.

Debo confesar que, conforme se acerca la hora de enfrentar a mi destino, me siento cada vez más ansioso respecto a lo que me encontraré.

Mírenme, soy probablemente la estructura más compleja y elaborada de todo el universo, una creación presumiblemente diseñada para sobrevivir al final de todas las cosas, pero aun así poseo incertidumbre.

No sé qué es lo que vaya a suceder finalmente conmigo, sin embargo conforme se acerca ese momento tengo la extraña sensación de que, sea lo que sea que ocurra, algún día se volverá a repetir.

Carlos Arizpe.

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